UNA SERIE DE PENSAMIENTOS – PENSAMIENTO II

Si hubiéramos sido un punto, un cabello; tu un punto más vieja, y yo un cabello más joven nos hubiéramos dado cuenta de la imposibilidad de nuestro amor. Pero, un día viendo la luna, se nos estrellaron las miradas rompiendo, desde entonces, el silencio del universo, volviendo este amor el más imposible de todos.

El miedo – Relato Corto

El amor es complicados, por otro lado, podría decirse, que es bueno para cualquier hombre. Sin embargo, sigue siendo complicado.

Espero ella me quiera como yo a ella. Y es que creo que todo ser humano razonable, tiene miedo a no ser amado de igual forma de la que uno ama. Yo no soy la excepción.

Siendo sincero, tengo pavor de salir de salir herido, de morir una vez más, en el intento de amar; que ya por mucho, esta dicho y llamado a fallar. Sin importar si fallo o no, el destino se encargara de ese dilema divino. Pero el miedo; el miedo es irremediable, es inherente, persistente y te hace sentir conciencia de ser humano y frágil.

Pero —sabes querido lector— verla. Ver a Mar, percibirla, sentirla y, sobre todo, besarla, abrazarla y pasar esos instantes tan minúsculos de vida, hace que, al menos, por aquellos ínfimos instantes el miedo se esconda. Creo que eso es bueno ¿No?

Hoy estábamos caminando por el centro de la ciudad—Amo esa parte de la ciudad ¿te gusta el centro querido lector?—, y caminamos, cuando de pronto mi alma no soporto más y salto, fugitiva, de mi boca y le dijo:

<<Mar, últimamente he pensado mucho. Una de las cosas que he pensado

Es sobre aquella noche; sigo pensando igual. Me alegro encontrarte, me sorprendió

Ese hecho fortuito de la vida>>

Yo mismo quede sorprendido. Luego mi cuerpo se llenó de un inmenso temblor de una inmensa sensación de intermitencia; la razón se volvía ausente y me dejaba a merced del corazón y por ello el corazón y el cuerpo se transformaron en uno de siete años destilando nervios y palabras como pensamientos que se quedaban a medias. Dando como resultado una pregunta. A la cual dijo no y luego que sí.

La luna no se apartó ni por un segundo de nuestro lado…bueno de su lado. La luna, entre otras cosas, me dio algunas fuerzas necesarias para poder preguntar.

Ya estábamos en casa —Ella en la suya— Y el miedo sigue. Quiero hacer las cosas bien —pienso— pero, ¿Qué es hacer las cosas bien? Diríase que hacerlas de corazón, pero ya cuantos son los humanos y veces que lo han hecho y ha sido peor para ellos, para quien hace las cosas bien. Dilema divino que se encargue el destino.

Volviendo al miedo es difícil dejarlo, arrancarlo y vivir sin él. Después de todo, es quien nos muestra, como conciencia, lo que es bueno y malo y, según ello, lo que no deberíamos perder. Sobre esta noche, podría yo, escribir:

El miedo

¿Podría un hombre vivir sin miedo? Así como sobrevive un hombre sin comida una semana y sin agua apenas dos o tres días ¿Podría, el mismo hombre vivir sin miedo una semana? ¿Cómo podría?  Eran preguntas que se hacia aquel hombre en su dormitorio, mirando al techo jodidamente desprovisto de valentía.

El miedo configuró una tenue vestimenta, el lunes, sobre aquel hombre. El hombre camina con miedo, se cuida de los peligros abundantes del mundo y el lunes termina con pocos logros sobre el miedo.

El martes, el mismo hombre, hace un trato con el miedo pues, cansado de ir caminando y, en sí, haciendo de su vida a favor del miedo; le propone al miedo una tregua un día sabático. El miedo acepto.

El miércoles, despierta el mismo hombre, camina por su ciudad —yo lo sigo de cerca— con paranoia. Espera los semáforos, no se arriesga en lo más mínimo a morir, sus manos tiemblan mientras camina con sus lánguidas piernas. Entra en una cafetería local, pide un tinto. Se lo traen con tres de azúcar y dos palillos. Se lo bebe,  tembloroso se lo bebe rápido. Yo entro, cauteloso, en aquel café que no está demás decir: de muy buen aspecto, me siento a verlo.

Suena la campana de la entrada del café. Era una mujer hermosa, con lentes, y una inconfundible mochila roja. A través de sus lentes recorre el lugar, gesticula la expresión ¡Eureka! Sonríe y da unos pasos por la cafetería, toma asiento y el mismo hombre, se queda viéndola a los ojos, con una mirada apocalíptica y celestial —me hizo sonreír esa situación y ¿ti?— y ambos sonrieron.

Aquella pareja hablo por un par de horas; de vez en cuando ella reía muy fuerte y el, de vez en cuando se peinaba el cabello alocado y poco peinado que siempre traía. Recuerdo tanto como ella, se quedaba  viéndolo, sonría y podía verse como se reservaba todos los pensamientos; pensamientos cautivos. Hablaron y, por lo que alcance a escuchar, hablaron de cosas que valían la pena. En ese instante, no eran pareja.

El mismo hombre, ese miércoles no tuvo miedo, tuvo nervios; pues aquella mujer lo traía jodido —lo que me hizo pensar si se está mejor jodido de amor que de miedo ¿Qué opinas?— El mismo hombre, aquel miércoles, se reconcilio conmigo, el miedo. Me dijo en la noche después de la cita con la mujer de mochila roja.

<<Ahora te necesito; pues para amar se necesita haber tenido miedo y tenerlo y con usted sabré lo que el amor puede hacer a los temores humanos. Sabré, como el amor

Devora y, claro, aviva los temores. En suma, lo necesito para vivir y para

Amar sabiendo y temiendo que, un día, nos vamos a perder>>

Entonces, pensé: que el mismo hombre, el mismo miércoles y después de nuestra tregua, era un hombre más valiente, quizá el más valiente que por ahora conozco. Pues el amor es el presupuesto del odio y el temor la conciencia de lo que no queremos perder; algo así, como el presupuesto de la valentía humana.

Entonces, joven, que dices ¿hacemos una tregua?

Nestor Camilo Tierradentro Martinez.

 

 

Valentía

VALIENTE

Y es verdad la vida como el tiempo es irrepetible e indiscutible; y eso le llamo realidad. Es verdad que las cosas cambian y se transforman, que los humanos somos productos culturales y políticos; productos de otros humanos, aquellos que no fueron creados ni se dejaron crear sino se atrevieron a crearnos. Y yo soy producto de algo creado.

Siendo producto de algo creado, a lo que llamo esquemas; siendo yo parte de un esquema, siento la necesidad de salir del él. No quiero ser un creado. Quiero ser un creador. Si bien los esquemas nos sirven para formarnos, al menos en principio, también sirven para saber que debemos crear y salir de lo creado. Ser creadores. Bastos e intensos, valientes; sobre todo eso… valientes.

Y en noches como está me pregunta el alma y la noche que blanquea y, luego, oscurece, ¿si soy valiente? Medio sonrío aferrado al eufemismo “talvez” Pero ¿qué es ser, realmente, valiente —me pregunte—? y me dije, y le dije a la noche, y a mi alma:

    Que ser valiente requiere de jamás haberlo sido; requiere, pues, ser un cobarde; entonces allí, siendo un cobarde sin grano de valentía, solo se necesita una verdadera razón; esas de peso, esas que florecen en el desierto; como el amor imposible y el amor más posible de todos, —pues un amor que no es imposible o el más posible de todos, le denomino, capricho efímero—, una razón que lo saque a uno del letargo, del ensueño eterno que nos manipula y nos somete a la oscuridad del miedo, encadenándonos e inculcándonos una esclavitud que empieza a ser agradable con el tiempo. Esas razones son prominentes y loables — ¿recuerdas, querido lector, la última vez que fuiste valiente?—

    Ser valiente duele y estigmatiza. Ser valiente es ser diferente y romper esquemas, ir más allá, es arriesgarse a fallar y en el lodo encontrar la luz creativa de nuestra valentía; pues la valentía es creativa; no habrá sobre la tierra dos valentías idénticas. Cada hombre forja su valentía conforme a sí mismo, su corazón, su alma justa, y sobre todo, la razón admirable que lo llevo a salir de la esclavitud y esto forma, inescindiblemente, la valentía.

     La valentía, queda claro, es subjetiva. Para muchos ser valiente consiste en hacer frente a las injusticias de su padre o hacer frente a las injusticias de sí mismo, hacer frente a la tristeza y a la confusión; para otros es hacer frente al amor o al desamor, hacer frente a la calumnia, hacer frente a un beso y no temblar, hacer frente a la infidelidad; para otros tantos es hacer frente al juego, al alcohol, a los vicios del humano; a la soledad. Ya vemos, valentía subjetiva. Pero la valentía tiene una teleología universal: hacer frente a nuestros miedos e injusticias para poder, una noche como esta, contestarle al alma y la noche que blanquea que sí soy valiente porqué un día fui el más cobarde sobre la tierra.

  

TEMOR

El bus parte, el sol en las mismas

las nubes, turbulentas se parten, yo en las mismas.

Las personas corren y yo paralizado miro el cielo

partirse en dos; la luna y el sol. El primero llega

y el segundo corre; circulo eterno de amor,  a culmen

de eclipse se enamoran.

La ciudad se veía tan bella y vislumbre de inteligencia,

un puente, sostiene estos versos mentales que se los lleva

la memoria y el viento mensajero, temblaba.

La ciudad se veía cálida y me asustaba, rugían sus fauces.

Los humanos caminaban y los buses partían. Caminaban y

partían, y notaba que sin alma lo hacían ¿Quién con alma

camina  cuando la naturaleza esta tan bella? —pensaba—

El esfuerzo humano, por su naturaleza actual, tiende

a la ineficacia de la misma humanidad; me asustaba

dicho pensamiento, me asustaba la ciudad. El primero

me asustaba porqué el esfuerzo humano se encamina

en senderos aberrantes y tristes; bajo la idea errónea,

de que por allí hay felicidad. Concepto que se vuelve

muy atractivo. Lo segundo me asusta; porqué las cosas

siempre son más bellas cuando están a punto de no

existir más. Lo que me asusta aún más, es pensar que:

lo bello perece en lo físico y lo aberrante prevalece.

Nestor Camilo Tierradentro M.

Descripción Fehaciente

    Tus labios son el intermedio antes de dormir; ese estado inconsciente de vida. Esa sensación entre la vida y la muerte, un salto mental a las aguas tranquilas de un sueño que abre sus fauces delicadas para tragarme. Tus labios son un tiempo fuera, un rayo purpureo, una sombra que baila bajo los árboles en las noches. Son una irritable incongruencia a la razón. Son una cautelosa rueda dentada que crea momentos vislumbres que no llegan a la madurez del pensamiento y solo se conforman con la sonrisa embelesa. Tus labios son el camino a tus ojos, grandes; imposibles de pasar por alto después de un beso. En sí, tus ojos  son la razón plausible que me lleva a besarte. En suma: no deje de notar la dificultad para evitar hacerlo, para evitar mirarte.

 

Nestor Camilo Tierradentro M.

ITER CRIMINIS

Hay un crimen universal y paulatino; por lo demás eterno.

Hay un crimen, un camino; solo uno lleva a tal cosa;

el amor en sí mismo es un crimen.


Crimen contra el alma; injusticia perpetua y perenne

¡Que impunidad aquella  que deja salir el alma de sus cárceles!

El amor es un crimen; así lo catalogue yo.


Un crimen que atenta contra la oscuridad del alma,

que posee los colores de los valientes muertos y derretidos en lágrimas

bajo los árboles marchitos de los recuerdos blancos y viejos.

Pero peor agravante a este crimen, es tener miedo a amar.

El amor, como crimen, es detestable; cuanto más será la cobardía para

cometerlo.


Pues, no amar o amar con miedo, que es lo mismo

es peor, que amar; cometer el delito y amarnos es más

justo, que la injusticia aberrante de amarnos con miedo o no

amarnos que es lo mismo.


Que el miedo, pues, nos abandone en septiembre.

Que nos abandone ante la injusticia de amarnos sin miedo,

que los primero días de octubre, el miedo se halla ido

quedándonos solo el camino de la criminalidad; el camino.

El único. El de amarnos.


Que noviembre nos reciba con la sentencia de amarnos.

Y pasados, talvez, unos años,  de nuevo septiembre nos reciba

con los dolores injustos, quizá justos —que sé yo— que nos derritan;

a ti y a mí, en lágrimas bajos los arboles construidos en septiembre,

octubre, diciembre y en sí, el camino criminal que decidimos llevar.


Llorar no estará demás. El camino termino. Somos un poco más libres,

un poco más tercos y obstinados, menos felices, pero totalmente

justos; llenos de miedo a volver amar.


Injusto será amar; como injusto será morir por alguien: injusto para

los demás menos para quien dio la vida. Entonces, pues, será injusto

amar: injusto para los demás menos para quienes se amaron.

Nestor Camilo Tierradentro M.

Abril

Y, por aquella época llena de fríos blancos y tristes de abril, llegue y te espere en el primer escalón de tu casa. Tus padres me miraban con encanto y se me hacía muy extraño.

Saliste y por completa; de cielo a tierra, te veías hermosa, eras  una escultura bien lograda y magnifica. Estabas en los últimos peldaños de tu escalera y te veías hermosa. Tus ojos están perpetuados en el tiempo por la sutileza con la que les has maquillado. Tus mejillas derretían los helajes, que por ese tiempo, se sentían; fueron un cálido anochecer como el intermedio, como los segundo antes del inicio de un buen verano. Tus labios color palo de rosa, flotaban mientras sonreías. Tus manos, puestas con fuerza, sobre tu cadera derecha, puestas con la clase de fuerza que solo tú tienes.

Estabas hermosa. Si sonreía era señuelo del amor, del enamoramiento y culpable, ante tus padres, de amarte y abril no era un buen mes para el amor veraniego. Entonces, decidí mirarte. Y nos miramos. Y por aquella época fuimos libres: tú con aquel vestido penetrante a la vista y yo con el traje de escritor desaliñado. Nos miramos; yo parpadeaba lentamente, los más perceptible posible y tú, todo lo contrario. Tenías un halo de tristeza profunda, vivida y oscura que abril nos había producido y te sonreí. Y sonreímos y, como si el universo estuviera a segundos de desvanecerse: suspiramos.

El mundo se desmoronaba, como si Dios hubiese parpadeado. Todos se desaparecía, poco a poco,  todo desaparecía a nuestro alrededor como un beso en la oscuridad y te veías hermosa. No hermosa para el mundo, sino para mí; ese tipo de belleza que se anida en las pasiones más subjetivas de mi alma

Quitaste tus manos de tu cadera, te deslizaste hasta el penúltimo peldaño. Dios no parpadeo más, el universo se recompuso y yo tome aliento para pagar la sentencia por haberme enamorado de ti en abril, bajo los helajes, fríos y blancos; bajo las cobijas espesas de lana gris que, en el cielo, hacían las lluvias eternas.

Caminaste hacia a mí, te lanzaste  a mis brazos y con un susurro dijiste: “Que llueva a cantaros y cúmulos… no importa abril y sus eternas lluvias purpura sobre la ciudad, no importa porqué me amas”

Hay besos

Los besos son pasiones divinas…

Hay besos; hay besos fugaces y efímeros, hay besos eternos. Hay besos interrumpidos, hay besos fortuitos y otros llenos de destino. Hay besos consentidos, hay besos forzados, hay besos que tienen vida, otros que la quitan. Hay besos con intención de amar; otros sin ninguna intención. Hay besos magistrales y bien logrados, hay besos en buses, hay besos con frio; tiemblan los labios. Hay besos con café, hay besos apasionados, hay besos cortos y largos —solo es largo cuando no tiene ninguna intención— Hay besos sin alma y otros que brota de ellos. Hay, pues, besos que te intrigan y te conmueven; hay besos de fiestas, olvidadizos otros eternos, en parqueaderos, bajo el atardecer, en lugares oscuros, iluminados, bajo la luz de la luna —cuando no está celosa—, bajo el frio inclemente de los atardeceres. Hay besos, que como sirenas, cantan y enloquecen.

Besos con la mano, con la mirada, con la sonrisa, con el aliento. Hay besos, miles de ellos. Pero hay uno, raro y propio. Los tuyos; pero los tuyos no tienen verbo que los describa; son pasiones divinas sin explicación; como la lluvia o el viento, o los sueños que nos abaten con tanta fuerza. Pero si dijese algo de tus besos sería: … ¡Eso!… El silencio, tus besos son como el silencio más encantador sobre la tierra, el silencio que se escucha en el universo; son besos que, poco a poco, se convierten en miradas, en sonrisas, en pensamientos silenciosos que no pueden ser oídos por los demás. Se transforman en miradas eternas y ambivalentes. Tus besos son un silencio lleno de coloquio que forman tus labios y los míos. Son… besos llenos de risas. Tus besos como cantos de sirena que enloquecen

Él ciclista

Hola amá,

 

Me gusta el ciclismo, como ya sabrás. Me gusta esa sensación de viento; de libertad en mi rostro. Me gusta como  mi corazón bombea sangre y mi aliento se torna grueso, me gusta pasar junto a las personas de los andenes y verles deprimidas, sin esperanza, porque saben que el siguiente bus viene lleno, detestablemente lleno; y me gusta porque sé que la bici es algo que me hace feliz, y nunca me deprime. Espero entiendas amá, que me gusta el ciclismo, que me gusta ir sobre Zusie, sudar sobre ella, reírme con ella, correr con ella, disfrutar nuestra ciudad con ella, comer con ella, tomar café con ella, ver la luna sobre ella… llorar con ella.

Siempre me dices “vete en bus, ten cuidado, me llamas o me escribes a penas llegues” Y lo entiendo, pero, sabes amá, si algún día me pasa algo o le pasa a Zucie o a los dos, quiero que sepas que los dos éramos infinitos y felices.

Esa fue la carta que Sam me dejo antes de salir una tarde para clase de literatura en el colegio local de nuestra ciudad. Estoy confundida. No entiendo como a Sam le gustaba algo que lo mato, que lo dejo sin aliento. No saben cuánto he llorado, cuantas veces he odiado la bici, como le decía Sam. Y lo más triste, saben, es pues que a Zucie, su bici, no  le pasó ningún rasguño. Algunas personas y ciclistas quienes se detuvieron al ver el accidente que Sami tuvo, contaron en el reporte de la policía de tránsito como sucedió todo, algunos testimonios se contradicen y me confunden, pero el que más se me asemeja a Sam es el que conto un muchacho llamado Bishop.

Bishop, esa noche relato lo que vio.

Eran como las 7: 20 de la noche —decía— yo venía a buen ritmo en mi bici, y vi aquel muchacho en su bici; como sabrá, señor agente, siempre queremos alcanzar a los  ciclistas que están adelante. Pues le alcance; nos miramos, con la boca abierta, él me miro feliz, y pedaleo con más fuerza. Unos cuantos metros más adelante, cansados, nos miramos nos dimos la manos y me detuve a inflar un poco mi llanta trasera. Me sentía feliz, porque no siempre se encuentran con colegas tan amistosos. Termine de inflar mi llanta, me subí a Vicky y retome mi camino; desde lejos alcance a ver luces  rojas y azules, muchas personas y solo lo supe, aquel muchacho pensé. Me abrí paso por la muchedumbre chismosa; la gente al verme en bici me preguntaba si venía con él, dije que sí; solo para saber quién era. El policía que hacia guardia me dejo pasar y él estaba allí acostado solo; sin su bici. La bici estaba como a dos o tres metros de él.

No lo movían, porqué al parecer moriría de inmediato. Me acerque —dijo con voz cortada, así lo dejo escrito el policía de tránsito— él  muchacho, me sonrió, con la mirada gris y sus dientes color rojo. Deje a Vicky  a un lado. Me arrodille junto a su boca y me dijo “mucho gusto soy Sam” todo me temblaba, “tu bici es muy linda, quiero contarte lo que paso, creo que nadie vio y el señor del auto quien me atropello ha huido” le pregunte porque no se lo cuenta a alguien que pueda hacer algo, él me dijo “porque no hay nadie aquí que me pueda hacer revivir” entonces que puedo hacer yo, le pregunte, dijo “escucharme” respondió.

—El tiempo termino— grito el mediador del grupo “Ayuda psicológica para madres”

Todas nos pusimos de pie, y una por una íbamos saliendo. Todas con un recuerdo valioso de nuestros hijos muertos. Iba llegando al primer piso, cuando alguien me dijo desde lejos. ¡Zucie! ¡Zucie! ¡Ven!

— ¿Quiero saber que paso con el resto del reporte? —

— ¿Para qué quieres saber?— pregunte, tratando de saber si era por chisme

—porque nunca terminas, siempre te demoras al punto de no poder terminar. Siento que debes decírselo a alguien— respondió y tenía razón

Cuando nos despedimos —empecé a leer el reporte en voz audible, solo audible para ella— cuando nos dimos la mano seguí, un auto me cerro de repente, no puso la direccional, ni disminuyo la marcha; todo paso en cámara lenta. Se me atravesó mi familia en la memoria, alguien que me gusta, se me atravesó hasta la luna. Al ver que no tenía ninguna salida, ni por más que frenara, decidí saltar de Zucie,  no quería que le pasara nada, me estrelle contra un costado del carro, y  caí sobre el andén me peque en la columna, detrás del cuello. Todos susurran, pero los escucho, sé que moriré esta noche, y espero sea acá. No siento las piernas ni los brazos. Gracias Dios puedo hablar. No quiero sobrevivir en esta vida; donde lo único que quiero es vivir.

Una cosa más colega; mi bici se llama Zucie, como mi madre. Por favor, amigo, dásela a mi madre; dile que por favor, al menos una vez, se monte sobre ella. Que mi bici, junto con el viento le ira susurrando mis recuerdos. Que recuerde la carta que escribí antes de irme de casa. Que moriré feliz esta noche; porque me siento infinito; mira, hasta la luna está feliz.

—Me tengo que ir— una vez terminado el reporte dije, hasta pronto

—Adiós, Zucie— dijo con voz trastornada

Guarde mi recuerdo de Sam en mi maleta. Vamos Zucie, dije, tome la bici, me subí en ella y ahora, comprendo a Sam.

El viento. La personas deprimidas. La felicidad. Mi cabello haciendo formas. El grueso aliento emanado de mi profundidad. Te entiendo Sam, te entiendo. Aumente la marcha; una bici esta adelante.

En una madrugada

¿Qué es el sacrificio sin el amor?; ¿qué es la valentía sin lo justo? ¿Qué es estar enamorado sin ti? ¿Qué son las nubes sin el mar, sin los ríos, sin nuestras lágrimas? Dime, ¿qué son los poetas sin la luna y sin tu sonrisa? ¿Qué son, pues, las estrellas si nadie se atreve a adoptarles; que es, entonces, la fe sin obras? ¿Qué son las personas sin las palabras; qué son los libros sin las palabras; qué soy yo sin las palabras; qué eres tú sin mis palabras?

Amar es toda una faena de tracto sucesivo; los sacrificios, fehacientemente, necesitan del amor, el impulso valiente que solo da el amor.

Justo el individuo que llame a su alma y a su espíritu a morir en las arenas del odio. Justas serán sus lágrimas que evaporizadas creen nubes celestiales, mensajeras del viento marítimo que tantos barcos dirigió. Anoche, llame a mi alma a contemplar las estrellas; golpee las rejas de su cárcel para verlas, y decidimos, mientras pensábamos en ti, adoptar una y ponerle tu nombre, tu gran y maravilloso nombre. Esa estrella no dejaba de iluminar, ni de latir y, desde entonces, ya eras eterna, no solo en mi memoria sino en el universo.

Te escribí un poema, siento no poder dártelo ni recitarlo para ti. Mientras escribía aquel poema, pensaba: que en la medida que el hombre y la mujer escribiesen se humanizaban; porque no hay otra característica que nos haga tan humanos, como lo es la escritura… y te escribí aquel poema a la luz intermitente de una fogata; que palpitaba y llevaba el ritmo de los versos que poco a poco, como la fogata, empezaron a fallecer. El poema tuvo final y los carbones ardiendo me ensanchaban las pupilas, llevándome a un letargo; cerraba mis ojos remojándolos en  recuerdo  de tu sonrisa; la sonrisa más honesta que te he visto sentada en una sala de cine. Ya cerrados mis ojos, mi alma leyó el poema y, los dos, supimos que ese poema era nuestro y de nadie más. Ni siquiera tuyo. Lanzado al calor de los carbones se evaporo en cenizas que volaron y, tengo fe, que aquel viento que los arrastro, te lo haya susurrado.


Nestor Camilo Tierradentro Martínez